El Día de Muertos está bien vivo en México

Ya se acerca la más colorida representación de la cultura mexicana, el Día de Muertos. Los orígenes de esta tradición son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma. Esto les impidió entender que los indígenas atribuían a cada individuo varias entidades anímicas, y que cada una de ellas tuviera al morir un destino diferente.

Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje al reino de los muertos o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Para los indígenas la muerte no tenía la connotación moral de la religión católica, en la cual la idea de infierno o paraíso significa castigo o premio. Los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida. Por ejemplo, las almas de los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan, o paraíso de Tláloc, Dios de la lluvia; los muertos en combate, cautivos y mujeres muertas durante el parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido por el Dios de la guerra. Los niños muertos tenían un lugar especial donde un árbol goteaba leche para que se alimentaran. El Mictlán, destinado a quienes morían de muerte natural, implicaba un viaje que duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos) conocida como la «Dama de la Muerte» (actualmente relacionada con «la Catrina», personaje de José Guadalupe Posada). La reencarnación animal o en miembros de la misma familia, luego de que las almas pasaran una temporada en su destino, era también una creencia ampliamente aceptada por los antiguos pobladores de México.

En el siglo XVI, tras la conquista, se introduce en México el terror a la muerte y al infierno con la divulgación del cristianismo, por lo que en esta época se observa una mezcla de creencias del Viejo y el Nuevo Mundo. De esta manera, la Colonia fue una época de sincretismo, donde los esfuerzos de la evangelización cristiana tuvieron que ceder ante la fuerza de muchas creencias indígenas, dando como resultado un catolicismo caracterizado por una mezcla de las religiones prehispánicas y la religión católica. El sincretismo entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que es hoy la fiesta del Día de Muertos. La celebración se lleva a cabo el 1 y 2 de noviembre. La creencia popular actual es que las almas de los seres queridos muertos regresan de ultratumba durante el Día de Muertos. Por tal motivo, se les recibe con una ofrenda donde se coloca su comida y bebida favorita, fruta, calaveritas de dulce y, si fuese el caso, juguetes para los niños. No faltan las fotografías de los difuntos y las coloridas flores de cempasúchil (flor que lleva el color de la muerte, amarillo, en el México prehispánico).

La muerte, en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. La metáfora de la vida misma se cuenta en un altar, y se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo, seremos mañana invitados a la fiesta. Dicha representación es quizá la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

¿Qué inferencias podemos hacer sobre la cultura mexicana a partir de esta tradición?, ¿Qué valores, comportamientos, y actitudes de los mexicanos pueden verse reflejados en esta celebración?

Por Shirley Saenz
Consultora y formadora intercultural
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